Este joven de 24 años, Pico de la Mirandola, expresó con una retórica magnífica, el nuevo espíritu que iba creciendo en la Cristiandad. Un espíritu que se nutría de conceptos cristianos, pero reinterpretados.
CONOCER, ENTENDER, PENSAR... el blog de José L. Samper.
Una invitación a la filosofía...
CONOCER, ENTENDER, PENSAR... el blog de José L. Samper.
Una invitación a la filosofía...
jueves, 17 de octubre de 2024
PICO DE LA MIRANDOLA (5)
jueves, 9 de mayo de 2024
PICO DELLA MIRANDOLA: LA PAZ (4)
Preguntemos también al justo
Job, que selló un pacto con el Dios de la vida antes de que él viniese a la
vida qué es lo que más desea el sumo Dios de aquellos millones que lo asisten.
Él responderá sin duda que es la paz, según aquello que se lee [en Job]:
«El que establece la paz en las alturas».
(Traducción
de Carlos Goñi)
Pico establece entusiásticamente
la libertad del hombre para hacer lo que quiera y hacerse como quiera. Esa es
su esencia y la razón de su dignidad. Una libertad que encuentra su respaldo en
el Dios creador de la Biblia y en el Dios arquitecto de la razón filosófica.
Dios ha querido y necesitado un ser libre que pudiera admirar su obra.
Desde esa libertad y desde esa
razón debe el hombre enfrentarse a los males que le aquejan, empezando por las discordias
internas que originan división de opiniones guerras, enfrentamientos y demás
pendencias. Resulta que después del entusiasmo que le ha despertado la
singularidad del hombre, debe aceptar que en éste existe una dualidad, una
doble naturaleza. Por la una somos elevados a lo celeste, a lo divino, pero por
la otra somos precipitados a lo más bajo.
En el escenario magníficamente descrito
de la creación, Pico ha colocado en él al “hombre”, un hombre cristiano, pero
alimentado por mil fuentes y tradiciones, y más que alimentado, aturdido por tantas
ideas diversas.
Su discurso, entre descriptivo,
propositivo y exhortativo, hace gala de erudición y figuras retóricas y en que
parece querer meter todo lo mucho que sabe. Más que una síntesis es una
amalgama de ideas que arropan algunas de las ideas que irán configurando la
modernidad.
Según Pico, para contener las
guerras y discordias que acompañaban a su época, como también ahora nos siguen
acompañando, “debemos confiar solo en la filosofía”, empezando por la filosofía
moral, la única capaz de herir de muerte a los desenfrenos de la bestia
multiforme de los apetitos y también la violencia y arrebatos del león. Tenemos
aquí las dos partes inferiores del alma que ya estableciera Platón, el alma
concupiscible y el alma irascible.
Pero no basta con poner orden
en esas partes del alma para que haya paz entre la carne y el espíritu. También
hay que someter las “algarabías de la razón” a la disciplina de la dialéctica.
La filosofía natural será la
encargada de someter el ruido de la opinión a la autoridad de la verdad. Es
decir, la verdad que emana de la ciencia acabará con las disputas que genera la
mera opinión. Los fundamentos de esa filosofía natural será la obra de
Descartes, Galileo y otros. Aunque Pico della Mirandola todavía reserve a la “santísima
teología” el papel de ser la clave del conocimiento y lugar de descanso para
la mente inquieta, la historia reservará a la nueva ciencia el papel de
autoridad suprema para dirimir los desacuerdos.
“Deseemos
esta paz para los amigos, para nuestro siglo, para toda casa en la que
entremos, para nuestra alma, de forma que por ella se haga morada de Dios;
porque, después de haberse sacudido sus inmundicias mediante la moral y la
dialéctica, después de haberse adornado con las diversas partes de la filosofía
como con un atuendo cortesano, y después de haber coronado los dinteles de las
puertas con las guirnaldas de la teología, descienda el Rey de la gloria y,
viniendo con el Padre, en él harán morada”.
El intenso deseo de paz del
joven Pico le hace imaginar su logro mediante la moral y el conocimiento. Algo
así como quien estando en la agencia de viajes hojeando en un folleto las
fotografías del lugar donde pretende ir creyera que ya está allí. Y ese mismo
deseo y entusiasmo le hace verse a sí mismo como el creador del espacio digno
para que en él moren el Dios Padre y el Hijo, rey de la gloria.
Un deseo muy noble y que nace espontáneamente
en un alma sensible a los males que generan las discordias. Pero al mismo
tiempo, un deseo en el que se oculta aquello de “el deseo del nirvana mata
el nirvana”. Querer la paz lleva consigo declarar la guerra a muchas de
nuestras tendencias y males de este mundo. Y en esa guerra son inevitables las
víctimas inocentes.
La afirmación sincera y
entusiasta del hombre de Pico della Mirándola le permite unirse a una marcha histórica
nueva, pero que no podrá colmar los ideales que proclama.
…Y, sin embargo, es bello ese deseo.
sábado, 6 de abril de 2024
PICO DELLA MIRANDOLA (3)
Pico della Mirandola en su Discurso
sobre la dignidad del hombre nos muestra sus reflexiones sobre sobre la
acción creadora de Dios y el lugar que ocupa el hombre dentro de esa magna
obra.
“Ya Dios, sumo Padre y
arquitecto, había fabricado, según las leyes de una arcana sabiduría, esta
mundana morada que vemos, templo augustísimo de la divinidad”.
El mundo, obra racional y
bella, es el templo en que mora la divinidad. Es en ese templo donde podemos
encontrar a Dios. Un templo que se asimilará al “libro de la Naturaleza, cuyos
caracteres son de tipo matemático, como entenderán los iniciadores de la
ciencia moderna. Un mundo ya no hecho exactamente de la nada, sino según unos
modelos o arquetipos racionales.
Tanto Moisés, hebreo, como
Platón en el Timeo, nos muestran que el maravilloso espectáculo de la naturaleza
requiere de un Hacedor, sea Padre o Demiurgo. Y todo ese conjunto maravilloso,
¿qué tendría si no hubiera una conciencia que apreciara esa belleza y sabiduría?
Esa conciencia tenía que aparecer
al final de la obra, una vez ejecutada la creación.
“Pero, acabada la obra, el
artífice echaba en falta a alguien que apreciara el plan de tan magna obra, que
amara su belleza, que admirara su grandeza”.
[Sed, opere consumato,
desiderabat artifex esse aliquem qui tanti operis rationem perpenderet,
pulchritudinem amaret, magnitudinem admiraretur.]
La condición para que algo
pueda ser apreciado es la libertad. No puede haber admiración cuando ésta viene
determinada por una necesidad natural. Libertad es no estar determinado frente
al bien…o el mal.
Dios necesitaba al hombre, un
ser libre y semejante a Él, para dar concluida su obra. Pero no puede ser igual a su Creador, pues,
aunque posee la capacidad de admirar y entender la gran obra de la creación, no
deja de ser creado. Dicho de otra manera: no puede dejar de ser objeto y
sujeto. Y en lo que tiene de objeto, de corpóreo, no puede dejar de tener
límites. Es otro, semejante al creador, pero no igual.
Ahora bien, este admirador y
contemplador de la magnífica obra de la creación no puede dejar de ser
admirado. Ciertamente muy superior a las otras criaturas, pero no digno de una
admiración sin límites. Y es por ese leve resquicio de separación entre
el Creador y la criatura, olvidando la distancia que los separa, por donde se
cuela la hybris, el orgullo o la desmesura que arruina al hombre.
sábado, 23 de marzo de 2024
PICO DELLA MIRANDOLA (2)
“¡Oh suma generosidad de Dios Padre! ¡Oh suma y admirable felicidad del hombre, a quien se le ha dado escoger lo que desea, ser lo que quiere (id esse quod velit)!
Los brutos, nada más nacer, traen consigo (como dice Lucilio) desde el seno materno lo que han de poseer. Los espíritus superiores, desde el inicio o poco después, ya son lo que han de ser durante toda la eternidad. El Padre puso en el hombre, desde su nacimiento, semillas de toda clase y gérmenes de toda vida. Los que cada cual cultivare, crecerán y fructificarán en él. Si los vegetales, se hará planta; si los sensuales, se embrutecerá; si los racionales, se convertirá en un animal celeste; si los intelectuales, será ángel e hijo de Dios. Y si insatisfecho con la suerte de toda criatura, se recoge en el centro de su unidad, hecho un solo espíritu con Dios, en la misteriosa soledad del Padre, el que fue constituido sobre todas las cosas, será antepuesto a todas.”
¡Cuánto entusiasmo hay en ese espléndido texto!
Que el hombre no está constreñido a ninguna esencia, que es libertad y puede ser lo que quiera. Y siendo, como es, síntesis de cuanto hay en el universo, un microcosmos, puede cultivar y hacer crecer en él las semillas que elija. No solamente es libre para configurar el mundo según su libre albedrio, sino que también puede hacerse a sí mismo.
¿Acaso no es cierto que es propio del ser humano preguntarse qué será de mí? Al niño o al joven tiene sentido preguntarle qué quiere ser de mayor. Esa pregunta dirigida a un perro, por ejemplo, en el caso que éste pudiera contestar, su respuesta sería perro. Pero la persona hasta puede angustiarse pensando en “qué será de mi”. Su ser no está determinado.
Este carácter abierto de la realidad humana nos recuerda, lo que siglos más tarde, afirmará J.Paul Sartre al decir que en el hombre la existencia precede a la esencia. El hombre no nace con una esencia que lo defina, sino que es su existencia la que va construyendo su esencia.
Pero una vez desnudado el discurso de sus bellos ropajes, ¿qué nos encontramos?
Se nos dice que querer es poder. Que la voluntad precede a la razón. Que la razón, antes vista como sierva de la fe, pasa a ser sierva de la voluntad y el deseo.
Y tanto la voluntad como el deseo se orientan hacia el futuro, aquello que todavía no es, pero se ve como posible. La razón es la encargada de cubrir la distancia que hay entre la voluntad y su objeto. ¿Cómo lograr aquello a lo que aspiro?
Pero no todo lo que se desea es bueno, realmente bueno. No basta establecer el cómo, también es necesario ver el qué que expresa el sentido y la finalidad de lo que se hace. Y eso no lo proporciona la mera razón.
Por otro lado, una cosa es querer y otra muy distinta poder. Solamente en Dios se da la unión, la identidad, entre querer y poder. Los hombres a lo más que llegamos es a ser como dioses. Ese "como" establece una distancia infinita entre el hombre y Dios. Una distancia cuya percepción puede hacernos humildes o, creídos de que podemos salvarla, ensoberbecernos.
miércoles, 13 de marzo de 2024
PICO DELLA MIRANDOLA (I)
“Finalmente, me parece haber comprendido por qué el hombre es el ser vivo más feliz y, por consiguiente, digno de toda admiración...”
Pico della Mirandola (1463 -1494) Discurso sobre la dignidad del hombre.
Este discurso que Pico della Mirandola escribió para la inauguración del congreso de sabios que él mismo convocó y nunca se realizó. Pero el discurso escrito, tras su muerte, fue dado a conocer por un pariente suyo.
Algunos consideran ese discurso como el manifiesto de la modernidad. En él puede verse el espíritu que anima la nueva mentalidad. El hombre, que tanto había alabado a Dios, ahora se vuelve sobre sí mismo, el alabador. Piensa, entonces, sobre cuál puede ser su lugar en ese vasto mundo de la creación, cuál es la condición de que ha sido provisto por el Creador para hacerlo digno de alabarle.
Pero, acabada la obra, el Artífice echaba en falta a alguien que comprendiera el plan de tan magna obra, que amara su belleza, que admirara la vastedad inmensa.
Pico della Mirandola. Ibidem
El Sumo Hacedor necesitaba de alguien semejante para apreciar su obra. El hombre, creado al final, cierra el círculo de la Creación. Pero para cerrarla realmente debe de estar dotado de aquella cualidad que no le obliga, que no constriñe su decir. Y esto no puede ser otra cosa que la libertad, una nota que no fija y define su ser.
En diálogo con el Creador, Pico encuentra una nueva dimensión de la libertad. Ahora la libertad del hombre no es solamente libertad de hacer, sino también de hacerse.
Es en diálogo con el Dios en que creció y se educó Pico della Mirandola como éste descubre la singularidad del hombre. Una singularidad que consiste en tener su naturaleza semillas de todo lo creado y, sobre todo, el ser casi libre y soberado para modelarse según prefiera.
“No te hicimos ni celeste, ni terrestre, ni mortal ni inmortal, para que, casi libre y soberano, te moldees y te esculpas la forma que prefieras de ti mismo. Podrás degenerar en lo inferior, donde están los brutos; podrás regenerarte, por tu voluntad, en las cosas superiores, donde habita lo divino”.
Ibidem
Ha sido voluntad de Dios dotar al hombre del bien más preciado y propio de la divinidad: la libertad. Pero el hombre es casi libre y soberano. Y eso debía recordarle que su distancia a Dios sigue siendo infinita. No debería olvidarlo.
Ahora bien, el buscaba aquello que hacía al hombre digno de toda admiración. Volvemos de nuevo a la tentación que ya presente en el Génesis, en el que los primeros padres traspasan aquella línea prohibida porque esperaban ser como dioses. Admirado por sus muchas cualidades y las capacidades que le da la libertad, se olvida su condición de criatura.
La conciencia de su alta, altísima, dignidad, le hará sentirse por encima de todo, aunque no sea todavía ese el caso de Pico. ¿Y qué pensarán de tan magnífico discurso sobre el hombre aquellos maltratados por la fortuna o los también hombres?
miércoles, 8 de noviembre de 2023
EXAMEN DE LA IMAGEN QUE INTENTA ACERCARNOS A LA NATURALEZA DE LA FILOSOFÍA.
La cita de Unamuno que decía: “la
filosofía responde a la necesidad de formarnos una concepción unitaria y total
del mundo y de la vida…” se prestaba a considerar el mundo de nuestra
experiencia como un montón de piezas de un puzzle. Se trata de una consideración
sugerente, pero insuficiente. Muy insuficiente.
Sería válida si solamente nos
enfrentáramos a una enorme pluralidad de cosas, como vemos en nuestra
experiencia ordinaria. Pero resulta que esas piezas están en constante
transformación. No hay nada que escape a esos cambios, unos más lentos y otros
más rápidos. La tierra, las plantas, los animales y hasta el mismo hombre, todo
está sujeto a mudanza. También el hombre está marcado con el sello de la
caducidad.
Del hecho del cambio y su toma de
conciencia brota espontáneamente la noción de tiempo. Si no hubiera alteración
ninguna, si las cosas fueran siempre idénticas a sí mismas, no habría noción de
tiempo. “Percibimos el tiempo junto al movimiento”, decía Aristóteles, del cual
es “número (arithmós) según el antes y el después”.
Esto permitió ver el mundo no como un
montón de fichas desordenadas, un caos, sino como un cosmos, una totalidad
ordenada y unitaria.
Anaximandro
(610 – 545 aC), casi contemporáneo de Tales de Mileto y posiblemente discípulo
suyo, ante ese dinamismo y pluralidad del mundo real, consideró que aquello
que daba origen a las cosas y a sus cambios no podía ser algo determinado como
el agua que decía Tales, sino algo indeterminado, indefinido, infinito (sin
límites), pero con capacidad para dar lugar a lo que hay. Lo llamó ápeiron,
que significa justamente lo dicho, indefinido. Y este ápeiron era ingénito,
indestructible, imperecedero, eterno, siempre activo y raíz última de todo
cuanto hay . El ápeiron es el Arjé (principio) de todas las cosas.
De Anaximandro hay multitud de noticias
y el primer fragmento de filosofía conocido. Entiéndese por fragmento una cita
de su obra por parte de un autor muy posterior a él. Se dice que escribió un
libro titulado Sobre la Naturaleza, que uso un “gnomón” o reloj
de sol que le permitió determinar los solsticios y equinoccios, medir la
distancia y tamaño del Sol, fue el primero en hacer un mapa de la tierra
conocida, concibió la tierra como un cilindro que flota sobre el agua, etc.
Pero quizás una de sus especulaciones
más originales fue el observar que el ser humano tiene una gestación larga y
durante bastantes años no se puede valer por sí mismo y necesita la protección
de otro. Esta debilidad del hombre durante tanto tiempo en su infancia no le
hubiese permitido sobrevivir en las condiciones primitivas del mundo sin la
protección de otro ser. Y esto le
sugirió la idea que tal vez los hombres se habían formado a partir de los
peces. Una muy primitiva idea de la formación de los ser por evolución.
Para concluir, vemos como en la
concepción de una imagen para explicar la naturaleza de la filosofía como en
las consideraciones de Anaximandro sobre el origen de todo cuanto hay sus
cambios, se van manifestando las potencialidades del pensar, como son imaginar,
razonar, calcular, explorar hipótesis, reflexionar, meditar, etc. Un alejarse
de las cosas inmediatas para considerarlas (prefijo con, que indica todo, y “sider”,
raíz latina para astro, de ahí sideral) desde lejos, como si fueran astros que
hay que examinar atentamente.