Preguntemos también al justo
Job, que selló un pacto con el Dios de la vida antes de que él viniese a la
vida qué es lo que más desea el sumo Dios de aquellos millones que lo asisten.
Él responderá sin duda que es la paz, según aquello que se lee [en Job]:
«El que establece la paz en las alturas».
(Traducción
de Carlos Goñi)
Pico establece entusiásticamente
la libertad del hombre para hacer lo que quiera y hacerse como quiera. Esa es
su esencia y la razón de su dignidad. Una libertad que encuentra su respaldo en
el Dios creador de la Biblia y en el Dios arquitecto de la razón filosófica.
Dios ha querido y necesitado un ser libre que pudiera admirar su obra.
Desde esa libertad y desde esa
razón debe el hombre enfrentarse a los males que le aquejan, empezando por las discordias
internas que originan división de opiniones guerras, enfrentamientos y demás
pendencias. Resulta que después del entusiasmo que le ha despertado la
singularidad del hombre, debe aceptar que en éste existe una dualidad, una
doble naturaleza. Por la una somos elevados a lo celeste, a lo divino, pero por
la otra somos precipitados a lo más bajo.
En el escenario magníficamente descrito
de la creación, Pico ha colocado en él al “hombre”, un hombre cristiano, pero
alimentado por mil fuentes y tradiciones, y más que alimentado, aturdido por tantas
ideas diversas.
Su discurso, entre descriptivo,
propositivo y exhortativo, hace gala de erudición y figuras retóricas y en que
parece querer meter todo lo mucho que sabe. Más que una síntesis es una
amalgama de ideas que arropan algunas de las ideas que irán configurando la
modernidad.
Según Pico, para contener las
guerras y discordias que acompañaban a su época, como también ahora nos siguen
acompañando, “debemos confiar solo en la filosofía”, empezando por la filosofía
moral, la única capaz de herir de muerte a los desenfrenos de la bestia
multiforme de los apetitos y también la violencia y arrebatos del león. Tenemos
aquí las dos partes inferiores del alma que ya estableciera Platón, el alma
concupiscible y el alma irascible.
Pero no basta con poner orden
en esas partes del alma para que haya paz entre la carne y el espíritu. También
hay que someter las “algarabías de la razón” a la disciplina de la dialéctica.
La filosofía natural será la
encargada de someter el ruido de la opinión a la autoridad de la verdad. Es
decir, la verdad que emana de la ciencia acabará con las disputas que genera la
mera opinión. Los fundamentos de esa filosofía natural será la obra de
Descartes, Galileo y otros. Aunque Pico della Mirandola todavía reserve a la “santísima
teología” el papel de ser la clave del conocimiento y lugar de descanso para
la mente inquieta, la historia reservará a la nueva ciencia el papel de
autoridad suprema para dirimir los desacuerdos.
“Deseemos
esta paz para los amigos, para nuestro siglo, para toda casa en la que
entremos, para nuestra alma, de forma que por ella se haga morada de Dios;
porque, después de haberse sacudido sus inmundicias mediante la moral y la
dialéctica, después de haberse adornado con las diversas partes de la filosofía
como con un atuendo cortesano, y después de haber coronado los dinteles de las
puertas con las guirnaldas de la teología, descienda el Rey de la gloria y,
viniendo con el Padre, en él harán morada”.
El intenso deseo de paz del
joven Pico le hace imaginar su logro mediante la moral y el conocimiento. Algo
así como quien estando en la agencia de viajes hojeando en un folleto las
fotografías del lugar donde pretende ir creyera que ya está allí. Y ese mismo
deseo y entusiasmo le hace verse a sí mismo como el creador del espacio digno
para que en él moren el Dios Padre y el Hijo, rey de la gloria.
Un deseo muy noble y que nace espontáneamente
en un alma sensible a los males que generan las discordias. Pero al mismo
tiempo, un deseo en el que se oculta aquello de “el deseo del nirvana mata
el nirvana”. Querer la paz lleva consigo declarar la guerra a muchas de
nuestras tendencias y males de este mundo. Y en esa guerra son inevitables las
víctimas inocentes.
La afirmación sincera y
entusiasta del hombre de Pico della Mirándola le permite unirse a una marcha histórica
nueva, pero que no podrá colmar los ideales que proclama.
…Y, sin embargo, es bello ese deseo.
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