sábado, 23 de marzo de 2024

PICO DELLA MIRANDOLA (2)

 

“¡Oh suma generosidad de Dios Padre! ¡Oh suma y admirable felicidad del hombre, a quien se le ha dado escoger lo que desea, ser lo que quiere (id esse quod velit)!  

Los brutos, nada más nacer, traen consigo (como dice Lucilio) desde el seno materno lo que han de poseer. Los espíritus superiores, desde el inicio o poco después, ya son lo que han de ser durante toda la eternidad. El Padre puso en el hombre, desde su nacimiento, semillas de toda clase y gérmenes de toda vida. Los que cada cual cultivare, crecerán y fructificarán en él. Si los vegetales, se hará planta; si los sensuales, se embrutecerá; si los racionales, se convertirá en un animal celeste; si los intelectuales, será ángel e hijo de Dios. Y si insatisfecho con la suerte de toda criatura, se recoge en el centro de su unidad, hecho un solo espíritu con Dios, en la misteriosa soledad del Padre, el que fue constituido sobre todas las cosas, será antepuesto a todas.” 

 

¡Cuánto entusiasmo hay en ese espléndido texto!  

Que el hombre no está constreñido a ninguna esencia, que es libertad y puede ser lo que quiera. Y siendo, como es, síntesis de cuanto hay en el universo, un microcosmos, puede cultivar y hacer crecer en él las semillas que elija. No solamente es libre para configurar el mundo según su libre albedrio, sino que también puede hacerse a sí mismo. 

¿Acaso no es cierto que es propio del ser humano preguntarse qué será de mí? Al niño o al joven tiene sentido preguntarle qué quiere ser de mayor. Esa pregunta dirigida a un perro, por ejemplo, en el caso que éste pudiera contestar, su respuesta sería perro. Pero la persona hasta puede angustiarse pensando en “qué será de mi”. Su ser no está determinado. 

Este carácter abierto de la realidad humana nos recuerda, lo que siglos más tarde, afirmará J.Paul Sartre al decir que en el hombre la existencia precede a la esencia. El hombre no nace con una esencia que lo defina, sino que es su existencia la que va construyendo su esencia. 

Pero una vez desnudado el discurso de sus bellos ropajes, ¿qué nos encontramos? 

Se nos dice que querer es poder. Que la voluntad precede a la razón. Que la razón, antes vista como sierva de la fe, pasa a ser sierva de la voluntad y el deseo. 

Y tanto la voluntad como el deseo se orientan hacia el futuro, aquello que todavía no es, pero se ve como posible. La razón es la encargada de cubrir la distancia que hay entre la voluntad y su objeto. ¿Cómo lograr aquello a lo que aspiro? 

Pero no todo lo que se desea es bueno, realmente bueno. No basta establecer el cómo, también es necesario ver el qué que expresa el sentido y la finalidad de lo que se hace. Y eso no lo proporciona la mera razón. 

Por otro lado, una cosa es querer y otra muy distinta poder. Solamente en Dios se da la unión, la identidad, entre querer y poder. Los hombres a lo más que llegamos es a ser como dioses. Ese "como" establece una distancia infinita entre el hombre y Dios. Una distancia cuya percepción puede hacernos humildes o, creídos de que podemos salvarla, ensoberbecernos. 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario