CONOCER, ENTENDER, PENSAR... el blog de José L. Samper.

Una invitación a la filosofía...

jueves, 9 de mayo de 2024

PICO DELLA MIRANDOLA: LA PAZ (4)

 



Preguntemos también al justo Job, que selló un pacto con el Dios de la vida antes de que él viniese a la vida qué es lo que más desea el sumo Dios de aquellos millones que lo asisten. Él responderá sin duda que es la paz, según aquello que se lee [en Job]: «El que establece la paz en las alturas».

(Traducción de Carlos Goñi)

Pico establece entusiásticamente la libertad del hombre para hacer lo que quiera y hacerse como quiera. Esa es su esencia y la razón de su dignidad. Una libertad que encuentra su respaldo en el Dios creador de la Biblia y en el Dios arquitecto de la razón filosófica. Dios ha querido y necesitado un ser libre que pudiera admirar su obra.

Desde esa libertad y desde esa razón debe el hombre enfrentarse a los males que le aquejan, empezando por las discordias internas que originan división de opiniones guerras, enfrentamientos y demás pendencias. Resulta que después del entusiasmo que le ha despertado la singularidad del hombre, debe aceptar que en éste existe una dualidad, una doble naturaleza. Por la una somos elevados a lo celeste, a lo divino, pero por la otra somos precipitados a lo más bajo.

En el escenario magníficamente descrito de la creación, Pico ha colocado en él al “hombre”, un hombre cristiano, pero alimentado por mil fuentes y tradiciones, y más que alimentado, aturdido por tantas ideas diversas.

Su discurso, entre descriptivo, propositivo y exhortativo, hace gala de erudición y figuras retóricas y en que parece querer meter todo lo mucho que sabe. Más que una síntesis es una amalgama de ideas que arropan algunas de las ideas que irán configurando la modernidad.

Según Pico, para contener las guerras y discordias que acompañaban a su época, como también ahora nos siguen acompañando, “debemos confiar solo en la filosofía”, empezando por la filosofía moral, la única capaz de herir de muerte a los desenfrenos de la bestia multiforme de los apetitos y también la violencia y arrebatos del león. Tenemos aquí las dos partes inferiores del alma que ya estableciera Platón, el alma concupiscible y el alma irascible.

Pero no basta con poner orden en esas partes del alma para que haya paz entre la carne y el espíritu. También hay que someter las “algarabías de la razón” a la disciplina de la dialéctica.

La filosofía natural será la encargada de someter el ruido de la opinión a la autoridad de la verdad. Es decir, la verdad que emana de la ciencia acabará con las disputas que genera la mera opinión. Los fundamentos de esa filosofía natural será la obra de Descartes, Galileo y otros. Aunque Pico della Mirandola todavía reserve a la “santísima teología” el papel de ser la clave del conocimiento y lugar de descanso para la mente inquieta, la historia reservará a la nueva ciencia el papel de autoridad suprema para dirimir los desacuerdos.

“Deseemos esta paz para los amigos, para nuestro siglo, para toda casa en la que entremos, para nuestra alma, de forma que por ella se haga morada de Dios; porque, después de haberse sacudido sus inmundicias mediante la moral y la dialéctica, después de haberse adornado con las diversas partes de la filosofía como con un atuendo cortesano, y después de haber coronado los dinteles de las puertas con las guirnaldas de la teología, descienda el Rey de la gloria y, viniendo con el Padre, en él harán morada”.

El intenso deseo de paz del joven Pico le hace imaginar su logro mediante la moral y el conocimiento. Algo así como quien estando en la agencia de viajes hojeando en un folleto las fotografías del lugar donde pretende ir creyera que ya está allí. Y ese mismo deseo y entusiasmo le hace verse a sí mismo como el creador del espacio digno para que en él moren el Dios Padre y el Hijo, rey de la gloria.

Un deseo muy noble y que nace espontáneamente en un alma sensible a los males que generan las discordias. Pero al mismo tiempo, un deseo en el que se oculta aquello de “el deseo del nirvana mata el nirvana”. Querer la paz lleva consigo declarar la guerra a muchas de nuestras tendencias y males de este mundo. Y en esa guerra son inevitables las víctimas inocentes.

La afirmación sincera y entusiasta del hombre de Pico della Mirándola le permite unirse a una marcha histórica nueva, pero que no podrá colmar los ideales que proclama.

…Y, sin embargo, es bello ese deseo.

sábado, 6 de abril de 2024

PICO DELLA MIRANDOLA (3)

 


Pico della Mirandola en su Discurso sobre la dignidad del hombre nos muestra sus reflexiones sobre sobre la acción creadora de Dios y el lugar que ocupa el hombre dentro de esa magna obra.

“Ya Dios, sumo Padre y arquitecto, había fabricado, según las leyes de una arcana sabiduría, esta mundana morada que vemos, templo augustísimo de la divinidad”.

El mundo, obra racional y bella, es el templo en que mora la divinidad. Es en ese templo donde podemos encontrar a Dios. Un templo que se asimilará al “libro de la Naturaleza, cuyos caracteres son de tipo matemático, como entenderán los iniciadores de la ciencia moderna. Un mundo ya no hecho exactamente de la nada, sino según unos modelos o arquetipos racionales.

Tanto Moisés, hebreo, como Platón en el Timeo, nos muestran que el maravilloso espectáculo de la naturaleza requiere de un Hacedor, sea Padre o Demiurgo. Y todo ese conjunto maravilloso, ¿qué tendría si no hubiera una conciencia que apreciara esa belleza y sabiduría?

Esa conciencia tenía que aparecer al final de la obra, una vez ejecutada la creación.

“Pero, acabada la obra, el artífice echaba en falta a alguien que apreciara el plan de tan magna obra, que amara su belleza, que admirara su grandeza”.

[Sed, opere consumato, desiderabat artifex esse aliquem qui tanti operis rationem perpenderet, pulchritudinem amaret, magnitudinem admiraretur.]

La condición para que algo pueda ser apreciado es la libertad. No puede haber admiración cuando ésta viene determinada por una necesidad natural. Libertad es no estar determinado frente al bien…o el mal.

Dios necesitaba al hombre, un ser libre y semejante a Él, para dar concluida su obra.  Pero no puede ser igual a su Creador, pues, aunque posee la capacidad de admirar y entender la gran obra de la creación, no deja de ser creado. Dicho de otra manera: no puede dejar de ser objeto y sujeto. Y en lo que tiene de objeto, de corpóreo, no puede dejar de tener límites. Es otro, semejante al creador, pero no igual.

Ahora bien, este admirador y contemplador de la magnífica obra de la creación no puede dejar de ser admirado. Ciertamente muy superior a las otras criaturas, pero no digno de una admiración sin límites. Y es por ese leve resquicio de separación entre el Creador y la criatura, olvidando la distancia que los separa, por donde se cuela la hybris, el orgullo o la desmesura que arruina al hombre.


sábado, 23 de marzo de 2024

PICO DELLA MIRANDOLA (2)

 

“¡Oh suma generosidad de Dios Padre! ¡Oh suma y admirable felicidad del hombre, a quien se le ha dado escoger lo que desea, ser lo que quiere (id esse quod velit)!  

Los brutos, nada más nacer, traen consigo (como dice Lucilio) desde el seno materno lo que han de poseer. Los espíritus superiores, desde el inicio o poco después, ya son lo que han de ser durante toda la eternidad. El Padre puso en el hombre, desde su nacimiento, semillas de toda clase y gérmenes de toda vida. Los que cada cual cultivare, crecerán y fructificarán en él. Si los vegetales, se hará planta; si los sensuales, se embrutecerá; si los racionales, se convertirá en un animal celeste; si los intelectuales, será ángel e hijo de Dios. Y si insatisfecho con la suerte de toda criatura, se recoge en el centro de su unidad, hecho un solo espíritu con Dios, en la misteriosa soledad del Padre, el que fue constituido sobre todas las cosas, será antepuesto a todas.” 

 

¡Cuánto entusiasmo hay en ese espléndido texto!  

Que el hombre no está constreñido a ninguna esencia, que es libertad y puede ser lo que quiera. Y siendo, como es, síntesis de cuanto hay en el universo, un microcosmos, puede cultivar y hacer crecer en él las semillas que elija. No solamente es libre para configurar el mundo según su libre albedrio, sino que también puede hacerse a sí mismo. 

¿Acaso no es cierto que es propio del ser humano preguntarse qué será de mí? Al niño o al joven tiene sentido preguntarle qué quiere ser de mayor. Esa pregunta dirigida a un perro, por ejemplo, en el caso que éste pudiera contestar, su respuesta sería perro. Pero la persona hasta puede angustiarse pensando en “qué será de mi”. Su ser no está determinado. 

Este carácter abierto de la realidad humana nos recuerda, lo que siglos más tarde, afirmará J.Paul Sartre al decir que en el hombre la existencia precede a la esencia. El hombre no nace con una esencia que lo defina, sino que es su existencia la que va construyendo su esencia. 

Pero una vez desnudado el discurso de sus bellos ropajes, ¿qué nos encontramos? 

Se nos dice que querer es poder. Que la voluntad precede a la razón. Que la razón, antes vista como sierva de la fe, pasa a ser sierva de la voluntad y el deseo. 

Y tanto la voluntad como el deseo se orientan hacia el futuro, aquello que todavía no es, pero se ve como posible. La razón es la encargada de cubrir la distancia que hay entre la voluntad y su objeto. ¿Cómo lograr aquello a lo que aspiro? 

Pero no todo lo que se desea es bueno, realmente bueno. No basta establecer el cómo, también es necesario ver el qué que expresa el sentido y la finalidad de lo que se hace. Y eso no lo proporciona la mera razón. 

Por otro lado, una cosa es querer y otra muy distinta poder. Solamente en Dios se da la unión, la identidad, entre querer y poder. Los hombres a lo más que llegamos es a ser como dioses. Ese "como" establece una distancia infinita entre el hombre y Dios. Una distancia cuya percepción puede hacernos humildes o, creídos de que podemos salvarla, ensoberbecernos. 

 

miércoles, 13 de marzo de 2024

PICO DELLA MIRANDOLA (I)

 

“Finalmente, me parece haber comprendido por qué el hombre es el ser vivo más feliz y, por consiguiente, digno de toda admiración...” 

Pico della Mirandola (1463 -1494) Discurso sobre la dignidad del hombre. 

Este discurso que Pico della Mirandola escribió para la inauguración del congreso de sabios que él mismo convocó y nunca se realizó. Pero el discurso escrito, tras su muerte, fue dado a conocer por un pariente suyo. 

Algunos consideran ese discurso como el manifiesto de la modernidad. En él puede verse el espíritu que anima la nueva mentalidad. El hombre, que tanto había alabado a Dios, ahora se vuelve sobre sí mismo, el alabador. Piensa, entonces, sobre cuál puede ser su lugar en ese vasto mundo de la creación, cuál es la condición de que ha sido provisto por el Creador para hacerlo digno de alabarle. 

Pero, acabada la obra, el Artífice echaba en falta a alguien que comprendiera el plan de tan magna obra, que amara su belleza, que admirara la vastedad inmensa. 

Pico della Mirandola. Ibidem 

El Sumo Hacedor necesitaba de alguien semejante para apreciar su obra. El hombre, creado al final, cierra el círculo de la Creación. Pero para cerrarla realmente debe de estar dotado de aquella cualidad que no le obliga, que no constriñe su decir. Y esto no puede ser otra cosa que la libertad, una nota que no fija y define su ser.  

En diálogo con el Creador, Pico encuentra una nueva dimensión de la libertad. Ahora la libertad del hombre no es solamente libertad de hacer, sino también de hacerse. 

Es en diálogo con el Dios en que creció y se educó Pico della Mirandola como éste descubre la singularidad del hombre. Una singularidad que consiste en tener su naturaleza semillas de todo lo creado y, sobre todo, el ser casi libre y soberado para modelarse según prefiera.  

“No te hicimos ni celeste, ni terrestre, ni mortal ni inmortal, para que, casi libre y soberano, te moldees y te esculpas la forma que prefieras de ti mismo. Podrás degenerar en lo inferior, donde están los brutos; podrás regenerarte, por tu voluntad, en las cosas superiores, donde habita lo divino”.

Ibidem

Ha sido voluntad de Dios dotar al hombre del bien más preciado y propio de la divinidad: la libertad. Pero el hombre es casi libre y soberano. Y eso debía recordarle que su distancia a Dios sigue siendo infinita. No debería olvidarlo. 

Ahora bien, el buscaba aquello que hacía al hombre digno de toda admiración. Volvemos de nuevo a la tentación que ya presente en el Génesis, en el que los primeros padres traspasan aquella línea prohibida porque esperaban ser como dioses. Admirado por sus muchas cualidades y las capacidades que le da la libertad, se olvida su condición de criatura. 

La conciencia de su alta, altísima, dignidad, le hará sentirse por encima de todo, aunque no sea todavía ese el caso de Pico. ¿Y qué pensarán de tan magnífico discurso sobre el hombre aquellos maltratados por la fortuna o los también hombres? 

miércoles, 8 de noviembre de 2023

EXAMEN DE LA IMAGEN QUE INTENTA ACERCARNOS A LA NATURALEZA DE LA FILOSOFÍA.

La cita de Unamuno que decía: la filosofía responde a la necesidad de formarnos una concepción unitaria y total del mundo y de la vida…” se prestaba a considerar el mundo de nuestra experiencia como un montón de piezas de un puzzle. Se trata de una consideración sugerente, pero insuficiente. Muy insuficiente.

Sería válida si solamente nos enfrentáramos a una enorme pluralidad de cosas, como vemos en nuestra experiencia ordinaria. Pero resulta que esas piezas están en constante transformación. No hay nada que escape a esos cambios, unos más lentos y otros más rápidos. La tierra, las plantas, los animales y hasta el mismo hombre, todo está sujeto a mudanza. También el hombre está marcado con el sello de la caducidad.

Del hecho del cambio y su toma de conciencia brota espontáneamente la noción de tiempo. Si no hubiera alteración ninguna, si las cosas fueran siempre idénticas a sí mismas, no habría noción de tiempo. “Percibimos el tiempo junto al movimiento”, decía Aristóteles, del cual es “número (arithmós) según el antes y el después”.

La noción de physis, naturaleza, abría una vía de acceso a ese “otro” mundo que explica lo que sucede en el mundo de nuestra experiencia. Ese “otro mundo” latente, no a la vista, se diferencia de los dioses o el destino, con que popularmente se recurría para explicar los cambios, en que ya no es ciego (“el destino ciego”), sino aquello que actúa según ciertas leyes, no ciegamente.

Esto permitió ver el mundo no como un montón de fichas desordenadas, un caos, sino como un cosmos, una totalidad ordenada y unitaria.


Anaximandro (610 – 545 aC), casi contemporáneo de Tales de Mileto y posiblemente discípulo suyo, ante ese dinamismo y pluralidad del mundo real, consideró que aquello que daba origen a las cosas y a sus cambios no podía ser algo determinado como el agua que decía Tales, sino algo indeterminado, indefinido, infinito (sin límites), pero con capacidad para dar lugar a lo que hay. Lo llamó ápeiron, que significa justamente lo dicho, indefinido. Y este ápeiron era ingénito, indestructible, imperecedero, eterno, siempre activo y raíz última de todo cuanto hay . El ápeiron es el Arjé (principio) de todas las cosas.

De Anaximandro hay multitud de noticias y el primer fragmento de filosofía conocido. Entiéndese por fragmento una cita de su obra por parte de un autor muy posterior a él. Se dice que escribió un libro titulado Sobre la Naturaleza, que uso un “gnomón” o reloj de sol que le permitió determinar los solsticios y equinoccios, medir la distancia y tamaño del Sol, fue el primero en hacer un mapa de la tierra conocida, concibió la tierra como un cilindro que flota sobre el agua, etc.

Pero quizás una de sus especulaciones más originales fue el observar que el ser humano tiene una gestación larga y durante bastantes años no se puede valer por sí mismo y necesita la protección de otro. Esta debilidad del hombre durante tanto tiempo en su infancia no le hubiese permitido sobrevivir en las condiciones primitivas del mundo sin la protección de otro ser.  Y esto le sugirió la idea que tal vez los hombres se habían formado a partir de los peces. Una muy primitiva idea de la formación de los ser por evolución.

Para concluir, vemos como en la concepción de una imagen para explicar la naturaleza de la filosofía como en las consideraciones de Anaximandro sobre el origen de todo cuanto hay sus cambios, se van manifestando las potencialidades del pensar, como son imaginar, razonar, calcular, explorar hipótesis, reflexionar, meditar, etc. Un alejarse de las cosas inmediatas para considerarlas (prefijo con, que indica todo, y “sider”, raíz latina para astro, de ahí sideral) desde lejos, como si fueran astros que hay que examinar atentamente.

jueves, 19 de octubre de 2023

LA FUNCIÓN DE LA FILOSOFÍA A TRAVÉS DE UNA IMAGEN

 


Dijimos que aquellos primeros pensadores de Mileto, Tales, Anaximandro, Anaxímenes y otros encontraron en la Naturaleza aquel fondo que todo lo abarca, de donde todo surge y adonde todo va a parar cuando acaba su ciclo existencial.

Y aquí hay que parar atención en que la Naturaleza no es una cosa, sino la respuesta que esos pensadores encontraron al hecho de la enorme diversidad de cosas que hay y los cambios que en ellas se producen. Todo cuanto hay, directa o indirectamente, procede de esa Naturaleza, siempre la misma, eterna e indestructible, aunque las cosas que ella produce sean cambiantes, temporales y perecederas.

En vistas a entender la función unificadora de esa noción de Naturaleza me gusta acudir a aquello que dijo Unamuno en su obra Del sentimiento trágico de la vida: “la filosofía responde a la necesidad de formarnos una concepción unitaria y total del mundo y de la vida…” Y esa necesidad la entiendo como si el mundo y la vida a la que hace referencia fuese un inmenso montón de diminutas piezas de un puzzle. Tenemos las piezas, las podemos ver, examinar, tocar. ¿Qué nos falta para poderlo montar, para ir encajando esas piezas, colocarlas ordenadamente, hacer que nos muestren el papel de cada una de ellas, etc? Necesitamos disponer de la imagen final de ese puzzle. La visión de ese puzzle montado y ordenado. Sin esa visión manejamos las piezas, las examinamos, probamos de encajarlas, pero nos movemos a tientas como un ciego.

Pero ¿cómo lograr esa visión? Y aquí, creo, se nos abren tres caminos espirituales:

a)    Aceptar que ha habido quienes por una inspiración especial les ha sido revelada esa imagen. Ese es el latido de fondo de toda religión. Eso significa aceptar que hay una voluntad más grande y previa que la nuestra y a la que debemos ajustarnos. Todas esas piezas no son un mero montón, sino fragmentos de un Todo unitario.

b)    Creer que nosotros, a partir de un conocimiento cada vez más preciso de las piezas, podemos formarnos esa imagen. Acepta que todo debe estar relacionado y esas relaciones se van, poco a poco, encontrando a partir del trabajo investigador de la mente humana. Se trata de una vía como más violenta intelectualmente, pero que admite que aquello es un puzzle.

c)    Considerar que esa imagen del Todo es una quimera, que es innecesaria y que esos objetos no son piezas de nada y aceptar la caducidad de nuestra existencia. Es una vía que frecuentemente se toma por desesperación ante las otras vías. Pero esa desesperación, a su manera, dibuja la imagen que pretende negar y que da cuenta de todo.

Pero, en cualquier caso, es una necesidad inherente a la naturaleza intelectual del hombre. En su comportamiento y respuestas a las solicitudes de la vida hay prefiguradas esa visión unitaria y total del mundo y de la vida, de la que hablaba Unamuno, y que siempre ha acompañado al hombre. Los presocráticos la encontraron en su noción de Naturaleza.