La lógica es un lenguaje formalizado.
Una de las ventajas de los
lenguajes formalizados es, además de evitar
ambigüedades y equívocos, su potencia para construir cálculos. Dicho con
otras palabras: nos permiten establecer de forma absolutamente clara un
conjunto finito de reglas que nos facilitan relacionar lógicamente unos signos
con otros.
Todos tenemos una noción
intuitiva de “cálculo” a partir de las matemáticas elementales. Cuando
multiplicamos, por ejemplo, procedemos según una serie de reglas, como que de
20 nos llevamos dos o que al multiplicar la segunda cifra del multiplicador
debemos colocar el resultado un espacio corrido hacia la izquierda, etc. Para
multiplicar bien es suficiente conocer las reglas de la multiplicación y
aplicarlas rigurosamente, sin que haya necesidad de conocer el porqué de todas
y cada una de las reglas.
Y lo mismo podríamos decir
de cualquier otro tipo de cálculo. Un cálculo no es otra cosa que un
procedimiento mecánico, el cual, operando con reglas, nos permite obtener resultados
correctos. Y no solamente eso, sino también obtener resultados que sin ese
cálculo sería muy difícil de obtener. El resultado de multiplicar 18 por 6
podría ser logrado a base de sumas, por ejemplo, pero si de lo que se trata es
de multiplicar 324567 por 3456, con ese sistema, la tarea sería prácticamente
imposible.
El operar con reglas
facilita enormemente las operaciones deductivas y, al mismo tiempo, permite
detectar los errores que podamos cometer. Además tienen la ventaja añadida de ahorrarnos
el esfuerzo de pensar.

Otro ejemplo aclaratorio de
esto lo podemos tomar de la lengua natural, la cual, disponiendo también de una
sintaxis, nos permite hacer expresiones correctas, al margen de su significado,
si observamos las reglas de la sintaxis de esa lengua. Así podemos construir
expresiones como:
“El multicolor árbol solitario se
alzaba en medio del espeso bosque, sirviendo de hogar para los pájaros
inexistentes que se escondían en la espesa hojarasca de sus inmensas ramas
desnudas que pretendían alcanzar aquel cielo cubierto de amenazadoras nubes en
un día de sol radiante…”.
El significado de esa
expresión es harto dudoso, aunque su construcción creo que es correcta, y
solamente alguien que domine esa lengua podría hacerla.
Por supuesto, no es lo mismo
corrección
que verdad.
Quien razonara afirmando que
“Ningún mamífero vive en el mar,
y
como la ballena es un mamífero,
por
lo tanto, la ballena no vive en el mar”,
habría hecho un razonamiento
correcto, aunque su conclusión no sea verdadera. La verdad o falsedad de
nuestras expresiones está en relación con el contenido o materia de esas
expresiones. La corrección del modo en que hemos usado las reglas.
Ahora bien, para establecer
las reglas que imperan en un cálculo o interpretarlo, es decir, darle
contenido, no puedo hacerlo calculando, sino pensando.
Y pensar es otra cosa diferente
de calcular. Exige situarse fuera del mecanismo del cálculo y atender la
realidad. Frente al carácter imperativo y rígido del cálculo, el pensamiento
tiene que flexibilizarse para acoger al ser, a lo que las cosas son.
El proceder calculador no es
exclusivo de los lenguajes formalizados. Además del lenguaje natural con su
sintaxis, el comportamiento humano, tanto intelectual como social o emocional,
tiene su sintaxis, sus constantes o conectores a partir de los cuales relaciona
sus variables (experiencias), y sus reglas de formación que le dictan que
expresiones intelectuales o afectivas son correctas o incorrectas, y por tanto
admisible o inadmisibles. Y en este sentido, buena parte de la conducta humana
procede según la mecánica de un cálculo.
De ahí que aun cuando el
sentimiento subjetivo sea de libertad, buena parte de nuestra conducta sea
predecible en cuanto se conoce su “sintaxis”.
El cálculo es posible por
esa independencia de la sintaxis o forma de los signos (lingüísticos o conductuales)
respecto de su contenido o materia. Una independencia relativa a nuestro modo
de consideración de esos signos, pues en la realidad ambos aspectos se
envuelven mutuamente.
Por el lado de la forma se
dan las constantes que universalizan el proceder, y por el lado del contenido o
materia se particulariza y toma realidad la cosa.
Por ejemplo, por la
constante de “la crisis de la
adolescencia”, como teoría admitida, me permite decir cosas sobre los
problemas de los jóvenes, pero si mi hijo u otro joven acuden a mí para
explicarme un desconcierto suyo, no puedo darme por satisfecho “explicando” su
desconcierto por dicha teoría de la crisis. Este sería un proceder calculador,
pero no compresivo ni adecuado a la realidad.
Si de verdad estoy interesado
por su situación, me veo obligado a escuchar y observar sus manifestaciones.
Para que su caso tenga la consideración de singular, como lo es, debe ser
contemplado y acogido. Y esto exige pensar. Solamente así la respuesta no será
el resultado de ningún proceder mecánico, sino libre. Es decir, creadora e iluminadora
de la realidad considerada.

Se trata de un penoso
ascenso hasta aquella cumbre desde la cual poder ver la cosa con más y mejor
perspectiva.
Muy interesante. Cuesta imaginar todo lo que hay detrás de algo tan automatizado e intuitivo.
ResponderEliminarGracias, "Unknown". Muy contento si te resulta de alguna utilidad. Un saludo
ResponderEliminarMuy interesante y bien hilado. Me ha hecho recapacitar cuando dices "El pensar emerge allí donde lo obvio deja de ser obvio por la tensión entre la universalidad de la teoría o las reglas y la particularidad con que se presenta la realidad, y que se resiste a ser reducida a esa universalidad"; ya sea por esa "tensión" o simplemente por inconformismo, al retar ese universo, puede o bien enriquecerlo, o bien crear uno paralelo (como las diferentes corrientes filosóficas) o bien sustituirlo. ¿Sería ésta una de las esencias de la evolución?
ResponderEliminarGracias, Miguel Ángel, por el tiempo que has dedicado a esta lectura. Efectivamente, esa tensión entre lo universal y lo particular, además de enriquecer y poner a prueba nuestras concepciones, obligan al pensamiento a superarse en un acto de contemplación que acoge al ser sin tratar de explicárselo. Así, podemos hacer una ciencia del hombre, pero no de Miguel Ángel, del cual, en última estancia solamente podemos decir que él es él.
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