Hoy los católicos celebramos la
festividad de Santo Tomás de Aquino…
¿Cómo dejar pasar la fecha sin dedicar
un recuerdo especial a quien fue un gigante del pensamiento y la fe cristiana?.
Aunque todavía hay muchos que se dedican al estudio de su obra, creo que su
proyección pública es escasa, incluso entre los clérigos. Bastantes dicen que
su pensamiento está superado. Tal
vez, pero ojalá tuviéramos muchos talentos de su talla.
Nació hacia 1226 en Roccasecca Italia, hijo
del conde de Aquino y de Teodora, condesa de Teano. Una estirpe noble donde las
haya, pues además su familia estaba emparentada con los emperadores Enrique VI
y Federico II, y también con los reyes de Aragón; Castilla y Francia. Por su
origen y por su capacidad parecía destinado a ser alguien sobresaliente en el
mundo secular.
Pero…
A los cinco años, de acuerdo con las
costumbres de la época, fue enviado para recibir su primera formación con los
monjes benedictinos de Monte Casino. Con algo más de diez años pasó a la Universidad
de Nápoles, donde pronto repetía las lecciones de sus maestros con mayor
profundidad y lucidez que ellos mismos.
La bondad y la pureza del joven Tomás se
mantenía intacta conforme crecía, así
como su fe. Decidió abrazar la vida religiosa y hacia 1240 recibió el hábito de
Santo Domingo, una orden fundada no hacía mucho. Su familia no aceptó esta
decisión y llegaron a retenerlo en la fortaleza de San Juan de Rocca Secca un
par de años, donde sus padres padres, hermanos y hermanas hicieron todo lo posible
por alejarlo de su vocación. Fueron dos años que él aprovechó para profundizar
en las Sagradas escrituras, las Sentencias de Pedro Lombardo o la Metafísica de
Aristóteles.
Vista la firmeza de su vocación fue
puesto en libertad, hizo los votos propios de su orden y se consagro sacerdote
en Colonia.
Como dominico su vida consistió en orar,
meditar, predicar, enseñar, escribir y viajar para llevar su saber allí donde
se lo pedían.
Coincidió su vida con esa década
prodigiosa de la Edad Media y que representa la cumbre del pensamiento de la
Cristiandad. Compartió saber con San Alberto el Magno y San Buenaventura… y con
el auge de las universidades, esa notable creación de la época.
Y muy especialmente la universidad de
París… Esa gran universidad de occidente que nació junto a la orilla izquierda
del río Sena, en el monte de Santa Genoveva, a principios de ese siglo, en
1200. Nació al modo que se ordenaban las profesiones en esa edad llamada
“media”, como un gremio, con sus estatutos que regulaban la profesión y
empezaban diciendo que “universitats magistrorum et discipulorum”, la
universidad entendida como “comunidad de maestros y discípulos.
Allí enseñó y desarrolló Santo Tomás la
mayor parte de su obra.
Decir
Santo Tomas es decir Suma Teológica.
Las “sumas” era un género literario
muy común en la época y que recogían en cierto modo el saber alcanzado en aquel
momento sobre un tema. Las había de tres tipos: sumas de recopilación, donde se
recogía ese saber de una forma muy completa, pero sin sistematizar; sumas de
compendio, breves y exactas, pero de un modo resumido; y sumas sistemáticas,
que brindaban una enseñanza de conjunto completa y organizada. La Suma
Teológica de Santo Tomás pertenece a este tercer tipo de sumas, al igual que la
llamada “Suma contra gentiles”.
La Suma Teológica vino después de acabar
su Suma contra los gentiles, escrita por
encargo de San Raimundo de Penyafort, maestro de la Orden de predicadores, como
manual de apologética destinado a los predicadores que iban a España para evangelizar
a los mulsulmanes y judíos de las tierras reconquistadas por los reyes cristianos.
La redacción de la Suma Teológica se hizo entre 1265 y 1274. Quedó inacabada, pues
cuando iba a comenzar la tercera parte, el 6 de diciembre de 1973, sintió una especie
de revelación mística que le hizo ver todo lo escrito hasta entonces como paja.
Sobre su amigo y confesor fray Reginaldo cayó la responsabilidad de acabarla…
Murió el 7 de marzo de 1274, cuando se dirigía
al Segundo Concilio de Lyon.
Fray Reginaldo, que le confesó antes de morir,
exclamó que sus pecados no eran ni los de un niño de cinco años. Santo Tomás unió
a su gran capacidad intelectual y de trabajo, un alma transparente y pura.
Juan XXII lo canonizó el 18 de julio de 1323.
En 1567 fue proclamado doctor de la Iglesia por Pío V. En agosto de 1879, el Papa
León XIII lo declaró “príncipe y maestro de todos los doctores eclesiásticos. Y
hoy no quiero dejar pasar el día sin un recuerdo agradecido por el testimonio de
fe y entrega que nos legó.
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