La palabra ideología empezó su
andadura a principios del siglo XIX como nombre de una pretendida ciencia. La
ciencia o tratado de las ideas, al igual que Biología es la ciencia de la vida.
Al conde Destutt de Tracy, aristócrata ilustrado de la revolución Francesa,
debemos la acuñación del término. Fue él quien pronunció por primera vez la palabra Ideología en la
presentación de su Memoria sobre la facultad de pensar. Tal vez en otro
momento sea bueno dedicar una entrada al momento inaugural de este término.
Por ahora, provisionalmente,
nos quedaremos con esa definición que hoy suele darse al término como conjunto
de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona,
una colectividad o una época. O si se prefiere podemos tomar la que da el
Diccionario del español jurídico de la Real Academia de la Lengua: la ideología
es un conjunto de ideas sobre la
realidad social, política, cultural, económica, religiosa, etc. que pretenden
la conservación del sistema (ideologías conservadoras), su transformación (que
puede ser radical y súbita, revolucionaria o paulatina —ideologías reformistas—) o la restauración de un sistema
previamente existente (ideologías reaccionarias).
También podríamos
decir que la ideología es el modo en que está configurado nuestro pensamiento…
Pero creo que
también podemos acercarnos a la naturaleza de la ideología a través de las actitudes adoptadas frente a la realidad. Y el gran artista Miguel Ángel podría ayudarnos a expresar esto...
Se cuenta que un día preguntaron al
genial Miguel Ángel cómo podía hacer aquellas maravillas con el mármol. Miguel
Ángel condujo a quien eso le preguntaba ante un bloque de mármol recién
extraído de las canteras de Carrara, y dijo aquello de: “La estatua está
dentro, sólo hay que quitar al mármol lo que le sobra”. Creo que fue esto o
algo parecido.
Miguel Ángel veía en la materia, en el
mármol, la estatua que iba a realizar. De ahí, se dice, que examinara y
contemplara largamente en la cantera el mármol con el que iba a realizar su
obra.
En la obra ya realizada, en el David o
la Piedad, o cualquier otra composición escultórica, la figura aparece en
contraposición a ese mármol de que está hecha. Pero la materia que se oculta
tras la presencia de la figura está como fondo y sujeto que la hace posible. Aquel mármol (y no otro) es aquello de lo cual ha salido esa forma cuyas
notas la hacen ser el David.
Pero en la estatua el mármol no es
ocultado. Antes bien, es allí donde muestra toda su belleza, aunque oculto a la
mirada. Pero es un mármol que la mirada de artista eligió cuidadosamente para
que en
la obra artística descubierta su
belleza y posibilidades.
Y es justamente ese mármol, y no otro,
el que hace de esa estatua algo singular y único. Cualquier otra estatua que se
haga tratando de ser idéntica al original nunca podrá ser otra cosa que una
imitación. El David de la Piazza della Signoria de Florencia puede tener la
misma altura, las mismas características, ser tan parecido que apenas se pueda
distinguir del realizado por Miguel Ángel, pero siempre será otro, una réplica.
Pero así como el arte de artista nos
muestra lo que se puede hacer con el mármol, los colores o la piedra y los hace
presentes en su obra como fondo misterioso del que ella nace, el ideólogo
encubre la realidad, la envuelve con sus ideas para sustraerla a la mirada.
El ideólogo no ve en la materia algo que
contiene potencialmente un David, que para que emerja solamente es necesario
quitar lo que sobra, sino algo que hay que escamotear, tapar, mediante otros
materiales artificiales.
Su trabajo se parece al del artista búlgaro Christo, que con telas envuelve
edificios y paisajes. Su arte consiste en encubrir la realidad, y lo que de su
obra emerge es la habilidad del artista para ocultarla. Y eso lo acerca más al
prestidigitador que al artista.
El ideólogo, aunque no lo sepa, nos
envuelve la realidad con sus palabras y conceptos, para mostrarnos otra, la
fabricada por él.
En el trabajo de Miguel Ángel hay algo
de divino en tanto que actualiza potencialidades de la materia a la que ama y
dignifica con su habilidad; no la niega, sino que la eleva. El ideólogo niega
con su habilidad el edificio o el paisaje, la realidad, para que sus ideas
aparezcan y se impongan.

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