La historia, como la propia
vida individual, es un flujo continuo en el tiempo. Hay tramos en ese flujo del
tiempo que parecen pivotar en torno a una idea central que actúa como el centro
de gravedad de esa época. Y eso facilita que los historiadores puedan, para hacer
su trabajo, puedan dividir esa historia en edades más o menos convencionales.
En el caso del mundo
europeo, eso ha dado lugar a dividir la historia en tres grandes periodos como
son la Edad Antigua, La Edad Media y la Edad Moderna. Cada uno de estos
periodos tiene su nacimiento, su apogeo y su momento de disipación. Naturalmente
nosotros, hombres de la edad moderna, no podemos saber hasta cuando se alargará
este periodo ni con que acontecimiento se considerará su final. Solamente
quienes vengan detrás podrán saber eso.
El tránsito de un periodo a
otro es pausado, hasta el punto de que para quienes lo viven les es muy difícil
percibirlo. Además, el pasado anterior siempre pervive de alguna forma en las
edades siguientes, al igual que nuestra niñez permanece en la edad adulta. La
nuevas edades no dejan de ser semillas que germinaron porque ya estaban en la
tierra del pasado…
Si buscamos comprender
nuestro tiempo, necesitamos remontarnos a esos momentos iniciales en que se
diseñaron las líneas maestras correspondientes a ese tiempo. Para nuestro caso
la referencia más inmediata se llama Renacimiento.
El tránsito de la llamada Edad Media a
la Edad Moderna fue un largo periodo que va desde el siglo XIV hasta el siglo
XVI o XVII. Esto quiere decir que hay que tomar esa perspectiva de
aproximadamente doscientos años para ver que las instituciones, las maneras de
entender la vida y las normas que regulan la convivencia empiezan a ser otras.
Hasta que la Edad Moderna se reconozca a
sí misma como otro tiempo diferente del de la Edad Media hay todo un
periodo en el que conviven a la vez
elementos claramente medievales con
otros que apuntan o pertenecen plenamente a la modernidad.
Ese tránsito se fue manifestando en tres
ámbitos claves de la vida cultural: el arte, la política y la religión. También
podría formularse este proceso diciendo que empezó por la sensibilidad, (la
estética), siguió por el cuerpo social y acabó por el espíritu. Pero si en el
orden temporal esa pudo ser la secuencia, desde un punto de vista metafísico la
transición empezó por cambios en la religión (o en la fe) que paralelamente se
manifestaron, en la política y en el arte.
El arte renacentista, la formación de
las nacionalidades y la Reforma protestante junto a la Contrarreforma católica
son los mojones históricos que señalan el cambio de mentalidad. Son manifestaciones
del nuevo horizonte desde el que se plantearán los nuevos interrogantes y se
buscarán las correspondientes respuestas.
De cómo el arte recoge el nuevo sentir
podemos verlo concentrándonos en una de las obras de la época: el David que
Donatello (1386 – 1466) realizará para Cosme de Médici en 1440. Se trata de una
estatua en bronce, de bulto redondo, de unos 158cm de altura y que hoy se puede
contemplar en el Palacio Bargello de Florencia, aunque originalmente fuese
colocada en el patio del palacio que para los Médicis construyera Michelozzo.
El tema de la escultura es bíblico,
cristiano. Representa el pasaje del enfrentamiento entre David y Goliat que se
recoge en el capítulo 17 del primer libro de Samuel. El joven David vence al
gigante Goliat al que mata de una pedrada lanzada con su honda y al que corta
la cabeza con la espada misma del vencido. La escultura representa justo el
momento posterior a ese enfrentamiento entre David y el filisteo Goliat.
Aunque el tema es bíblico, la obra no
puede considerarse como arte sagrado. El punto de vista desde el que se
contempla la escena, su forma, no corresponde a lo que es propio del arte
cristiano. No pretende la ilustración o la comprensión de ningún contenido de
la tradición cristiana. El encargo que Cosme de Médici hizo a Donatello estaba
destinado a celebrar la victoria de la joven república de Florencia sobre la
poderosa Milán. Tras esta idea de propaganda política, el simbolismo puede
extenderse al triunfo de la inteligencia sobre la fuerza bruta, o de Cristo
sobre el pecado y la muerte. Otros ven, por ciertas similitudes entre el
sombrero toscano que cubre a David con el casco del dios pagano Mercurio, como
una representación del mito de la victoria de éste sobre el gigante Argos.
Se trata de una escultura exenta. La
disciplina sagrada tradicional en el arte cristiano hacía que la escultura
estuviera supeditada al marco arquitectónico del templo, el cual representa el
cuerpo de Cristo (Jn 2, 19 – 21) y también la Divinidad manifestada en la
tierra. Las representaciones escultóricas están justificadas por su relación con
Cristo y ocupan el lugar que les corresponde por su función litúrgica.
Donatello fija su mirada en la escultura
clásica griega y rompe con toda esa disciplina del arte sagrado tradicional.
Desde el punto de vista psicológico esa ruptura significa una liberación de las
tendencias que esa disciplina rechazaba, con la consiguiente proliferación de
artistas originales. Se trata de una emancipación del “yo” y la correspondiente
expansión individualista.
En esta obra también se retoma el
desnudo de la escultura clásica griega. En el arte cristiano tradicional del
medioevo, por su economía espiritual, estaba excluida la representación del
desnudo. La desnudez que podía aparecer en algunas representaciones de Adán y
Eva, o las almas del purgatorio era una desnudez abstracta, sin pretensiones
naturalistas. Las artes plásticas no estaban para revelar ninguna belleza natural,
sino para transmitir y recordar verdades espirituales. La belleza de los montes
o de los cuerpos humanos se podía admirar por todas partes, sin necesidad del
arte. Es a partir del desarrollo de la vida urbana en los siglos XIII y XIV que
aparece el arte que intenta imitar a la naturaleza y traerla al interior de la
ciudad. Y es entonces cuando se nota la ausencia del nudismo y la necesidad de
su representación.
Toda la figura del joven David, con el
movimiento y la gracia que le ofrece el contraposto de su pie sobre la cabeza
cortada del barbudo Goliat, transmite sensualidad, delicadeza y arrogancia. Al
mismo tiempo, está impregnada de ambigüedad: ambigüedad en cuanto a la anatomía
un tanto andrógina de David, y también respecto a las posibles interpretaciones
de la composición. La expresión reflexiva y firme de David parecen indicar la
resolución con que los artistas empiezan a dejar atrás la rusticidad anterior.
Aunque es frecuente oír que la obra
tiene un carácter simbólico, no creo que se trate propiamente de un símbolo. Se
trata de una interpretación de un pasaje bíblico desde un punto de vista
humanista. El papel del símbolo no
es que la imagen pretenda substituir al original; debe respetar siempre la
distancia que separa lo que pertenece al mundo inteligible del mundo sensible.
De ahí su carácter abstracto y hasta tosco en ocasiones. En la interpretación hay una especie de
fórmula alegórica que pretende expresar una ley universal; se trata de
representación figurada de una concepción abstracta.
El arte contemplado en el David de
Donatello nos muestra el tipo de cambio de mentalidad que se está produciendo
en la cristiandad. Se estaba pasando de una sociedad formalmente tradicional y
sagrada a una sociedad laica, cuyo punto de vista al contemplar el mundo es antropocéntrico
e individualista. La obra de arte encuentra su perfección, su acabamiento en sí
misma. La forma ideal es inmanente al mundo, no transcendente.
El lugar del arte medieval es,
sobretodo, el templo, la catedral a partir del siglo XII. En ellas los artistas
son los ejecutores en piedra de los tratados teológicos, morales e históricos,
pero siempre bajo la dirección del clero. Los artistas no hacen sino
interpretar el pensamiento de la Iglesia. Todo allí está simbolizado, empezando
por la misma catedral que es una representación viva de la Iglesia purgante,
militante y triunfante, según se mire a los enterramientos de los suelos y
muros, a las funciones religiosas en torno a los sacramentos o se mirara a las
imágenes de Cristo, Nuestra Señora y también de los ángeles y santos que
constituían todo el mundo sobrenatural.
Pero al igual que la teología se perdió
en la discusión sutil, vacía de contenido y experiencia espiritual, también el
arte se fue agotando en un mundo de símbolos cada vez más artificiales, como lo
muestran los diversos bestiarios. Es la cosificación y mecanización de la fe lo
que, probablemente, llevó a los artistas a alejarse de la tutela del clero y
buscar su inspiración en el mundo clásico greco-romano, y la naturaleza, que a
su modo, también es el templo que recoge, analógicamente, el mundo todo creado
por Dios.
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