jueves, 3 de septiembre de 2020

LA GESTACIÓN DE LA EDAD MODERNA: EL DAVID DE DONATELLO

 La historia, como la propia vida individual, es un flujo continuo en el tiempo. Hay tramos en ese flujo del tiempo que parecen pivotar en torno a una idea central que actúa como el centro de gravedad de esa época. Y eso facilita que los historiadores puedan, para hacer su trabajo, puedan dividir esa historia en edades más o menos convencionales.

En el caso del mundo europeo, eso ha dado lugar a dividir la historia en tres grandes periodos como son la Edad Antigua, La Edad Media y la Edad Moderna. Cada uno de estos periodos tiene su nacimiento, su apogeo y su momento de disipación. Naturalmente nosotros, hombres de la edad moderna, no podemos saber hasta cuando se alargará este periodo ni con que acontecimiento se considerará su final. Solamente quienes vengan detrás podrán saber eso.

El tránsito de un periodo a otro es pausado, hasta el punto de que para quienes lo viven les es muy difícil percibirlo. Además, el pasado anterior siempre pervive de alguna forma en las edades siguientes, al igual que nuestra niñez permanece en la edad adulta. La nuevas edades no dejan de ser semillas que germinaron porque ya estaban en la tierra del pasado…

Si buscamos comprender nuestro tiempo, necesitamos remontarnos a esos momentos iniciales en que se diseñaron las líneas maestras correspondientes a ese tiempo. Para nuestro caso la referencia más inmediata se llama Renacimiento.

El tránsito de la llamada Edad Media a la Edad Moderna fue un largo periodo que va desde el siglo XIV hasta el siglo XVI o XVII. Esto quiere decir que hay que tomar esa perspectiva de aproximadamente doscientos años para ver que las instituciones, las maneras de entender la vida y las normas que regulan la convivencia empiezan a ser otras.

Hasta que la Edad Moderna se reconozca a sí misma como otro tiempo diferente del de la Edad Media hay todo un periodo  en el que conviven a la vez elementos claramente  medievales con otros que apuntan o pertenecen plenamente a la modernidad.

Ese tránsito se fue manifestando en tres ámbitos claves de la vida cultural: el arte, la política y la religión. También podría formularse este proceso diciendo que empezó por la sensibilidad, (la estética), siguió por el cuerpo social y acabó por el espíritu. Pero si en el orden temporal esa pudo ser la secuencia, desde un punto de vista metafísico la transición empezó por cambios en la religión (o en la fe) que paralelamente se manifestaron, en la política y en el arte.

El arte renacentista, la formación de las nacionalidades y la Reforma protestante junto a la Contrarreforma católica son los mojones históricos que señalan el cambio de mentalidad. Son manifestaciones del nuevo horizonte desde el que se plantearán los nuevos interrogantes y se buscarán las correspondientes respuestas.

De cómo el arte recoge el nuevo sentir podemos verlo concentrándonos en una de las obras de la época: el David que Donatello (1386 – 1466) realizará para Cosme de Médici en 1440. Se trata de una estatua en bronce, de bulto redondo, de unos 158cm de altura y que hoy se puede contemplar en el Palacio Bargello de Florencia, aunque originalmente fuese colocada en el patio del palacio que para los Médicis construyera Michelozzo.


El tema de la escultura es bíblico, cristiano. Representa el pasaje del enfrentamiento entre David y Goliat que se recoge en el capítulo 17 del primer libro de Samuel.
 El joven David vence al gigante Goliat al que mata de una pedrada lanzada con su honda y al que corta la cabeza con la espada misma del vencido. La escultura representa justo el momento posterior a ese enfrentamiento entre David y el filisteo Goliat.

Aunque el tema es bíblico, la obra no puede considerarse como arte sagrado. El punto de vista desde el que se contempla la escena, su forma, no corresponde a lo que es propio del arte cristiano. No pretende la ilustración o la comprensión de ningún contenido de la tradición cristiana. El encargo que Cosme de Médici hizo a Donatello estaba destinado a celebrar la victoria de la joven república de Florencia sobre la poderosa Milán. Tras esta idea de propaganda política, el simbolismo puede extenderse al triunfo de la inteligencia sobre la fuerza bruta, o de Cristo sobre el pecado y la muerte. Otros ven, por ciertas similitudes entre el sombrero toscano que cubre a David con el casco del dios pagano Mercurio, como una representación del mito de la victoria de éste sobre el gigante Argos.

Se trata de una escultura exenta. La disciplina sagrada tradicional en el arte cristiano hacía que la escultura estuviera supeditada al marco arquitectónico del templo, el cual representa el cuerpo de Cristo (Jn 2, 19 – 21) y también la Divinidad manifestada en la tierra. Las representaciones escultóricas están justificadas por su relación con Cristo y ocupan el lugar que les corresponde por su función litúrgica.

Donatello fija su mirada en la escultura clásica griega y rompe con toda esa disciplina del arte sagrado tradicional. Desde el punto de vista psicológico esa ruptura significa una liberación de las tendencias que esa disciplina rechazaba, con la consiguiente proliferación de artistas originales. Se trata de una emancipación del “yo” y la correspondiente expansión individualista.

En esta obra también se retoma el desnudo de la escultura clásica griega. En el arte cristiano tradicional del medioevo, por su economía espiritual, estaba excluida la representación del desnudo. La desnudez que podía aparecer en algunas representaciones de Adán y Eva, o las almas del purgatorio era una desnudez abstracta, sin pretensiones naturalistas. Las artes plásticas no estaban para revelar ninguna belleza natural, sino para transmitir y recordar verdades espirituales. La belleza de los montes o de los cuerpos humanos se podía admirar por todas partes, sin necesidad del arte. Es a partir del desarrollo de la vida urbana en los siglos XIII y XIV que aparece el arte que intenta imitar a la naturaleza y traerla al interior de la ciudad. Y es entonces cuando se nota la ausencia del nudismo y la necesidad de su representación.

Toda la figura del joven David, con el movimiento y la gracia que le ofrece el contraposto de su pie sobre la cabeza cortada del barbudo Goliat, transmite sensualidad, delicadeza y arrogancia. Al mismo tiempo, está impregnada de ambigüedad: ambigüedad en cuanto a la anatomía un tanto andrógina de David, y también respecto a las posibles interpretaciones de la composición. La expresión reflexiva y firme de David parecen indicar la resolución con que los artistas empiezan a dejar atrás la rusticidad anterior.

Aunque es frecuente oír que la obra tiene un carácter simbólico, no creo que se trate propiamente de un símbolo. Se trata de una interpretación de un pasaje bíblico desde un punto de vista humanista. El papel del símbolo no es que la imagen pretenda substituir al original; debe respetar siempre la distancia que separa lo que pertenece al mundo inteligible del mundo sensible. De ahí su carácter abstracto y hasta tosco en ocasiones. En la interpretación hay una especie de fórmula alegórica que pretende expresar una ley universal; se trata de representación figurada de una concepción abstracta.

El arte contemplado en el David de Donatello nos muestra el tipo de cambio de mentalidad que se está produciendo en la cristiandad. Se estaba pasando de una sociedad formalmente tradicional y sagrada a una sociedad laica, cuyo punto de vista al contemplar el mundo es antropocéntrico e individualista. La obra de arte encuentra su perfección, su acabamiento en sí misma. La forma ideal es inmanente al mundo, no transcendente.

El lugar del arte medieval es, sobretodo, el templo, la catedral a partir del siglo XII. En ellas los artistas son los ejecutores en piedra de los tratados teológicos, morales e históricos, pero siempre bajo la dirección del clero. Los artistas no hacen sino interpretar el pensamiento de la Iglesia. Todo allí está simbolizado, empezando por la misma catedral que es una representación viva de la Iglesia purgante, militante y triunfante, según se mire a los enterramientos de los suelos y muros, a las funciones religiosas en torno a los sacramentos o se mirara a las imágenes de Cristo, Nuestra Señora y también de los ángeles y santos que constituían todo el mundo sobrenatural.

Pero al igual que la teología se perdió en la discusión sutil, vacía de contenido y experiencia espiritual, también el arte se fue agotando en un mundo de símbolos cada vez más artificiales, como lo muestran los diversos bestiarios. Es la cosificación y mecanización de la fe lo que, probablemente, llevó a los artistas a alejarse de la tutela del clero y buscar su inspiración en el mundo clásico greco-romano, y la naturaleza, que a su modo, también es el templo que recoge, analógicamente, el mundo todo creado por Dios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario