La
filosofía va asociada al pensamiento. Pero si nos preguntan “qué es pensar”, puede que nos
desconcertemos y encontremos dificultades para responder con precisión a tan
insólita pregunta. Por otro lado, todo el mundo parece saber eso, por lo que no
es necesario pararse demasiado en esa cuestión. Sin embargo, son muchas las
ocasiones las que nos solicitan “pararse a pensar”, de modo que la
consideración de esa actividad, aunque solamente sea de vez en cuando, puede
ayudarnos a esclarecer un poco el carácter de esa “parada”.
El
Manuel García Morente (1886 – 1942), magistral exponiendo
filosofía, abordó este
tema en un articulito publicado en el número 114 de la Revista de Pedagogía
(1931) y recogido en su obra “Escritos pedagógicos” (Madrid, 1975). Y tomó como
apoyo para su reflexión y exposición el modo en que algunos artistas,
escultores, han tratado de plasmar la actividad del pensamiento. Son el Pensador, de Rodin, el Pensieroso, de Miguel Ángel y el Doncel de Sigüenza, obra anónima atribuida al maestro Sebastián de
Toledo.

Asocia
García Morente el Pensador de Rodin con la que él llama inteligencia práctica o
activa, con la inteligencia como capacidad para la resolución de problemas,
capacidad común a los hombres y animales. Por supuesto, esa capacidad es
infinitamente superior en el hombre, pero se trata de una diferencia de grado,
no cualitativa. No hay una diferencia esencial entre el chimpancé que resuelve
como conseguir un plátano fuera de la jaula sirviéndose de un palo y los
inventos de Edison. Bueno, eso decía García Morente.
Y
consideraba que el pensamiento es otra cosa. En qué consista esa otra cosa lo
intenta aclarar a partir de esas otras dos esculturas que bien pueden
representar eso que genéricamente llamamos pensamiento.

En
definitiva, es esa actitud de ensimismamiento en la que cuando nos preguntan
que en qué pensamos, solemos responder que “en
nada”, pues hay de todo y nada en concreto. Se trata de una figura que bien
puede representar al pensativo, al meditabundo, la ensoñación, pero en ningún
caso al pensador.
Si
la tensión y concentración de la escultura de Rodin puede representar el
pensamiento activo que antecede a la acción, el Pensieroso es el pensamiento
descansando de la acción.
Y
entonces, ¿qué es el pensamiento? ¿Cómo simbolizarlo plásticamente?. García
Morente empezará por decirnos a lo que más se parece eso que llamamos
pensamiento. Y considera él que a lo que más se parece el pensamiento es a eso
que llamamos ver o, mejor aún, mirar, que es un ver con voluntad,
voluntad de ver. ¿Ver, qué? Ver aquello en qué realmente consiste lo mirado. En
definitiva, contemplación o lo que los griegos llamaban teoría.
Así
considerado el pensamiento, podemos definirlo como intuición de las esencias. La inteligencia, los métodos, la
atención, etc. serán instrumentos utilísimos para lograr esa intuición, pero no
son ella.
Y
siendo el pensamiento un ver, éste se constituye necesariamente en el diálogo. Pues tanto si se trata de ver
una cosa visible para los ojos de la cara, como un árbol, o no visible para
esos ojos, como la justicia, cada uno puede ver aspectos de esa cosa que se le
escapan al otro. En el intercambio de lo visto, la visión va agudizándose y
enriqueciendo.
Y,
añadimos, en el diálogo la distancia entre el parecer y el ser se va acortando,
pues el que algo no sea lo que parece solamente indica que nuestra visión no
era suficientemente precisa. Si algo en todos sus pormenores pareciera oro,
sería entonces oro.
En
el diálogo el pensamiento se modula, se enriquece y se construye. En ese
diálogo el árbitro, la norma, es la referencia al objeto. Y eso marca el ritmo
del pensamiento: “lo esencial del
pensamiento consistirá en ver si los pensamientos son o no efectivamente del
objeto (son o no verdaderos)”.
Este
carácter dialogante del pensamiento es lo que marca su diferencia con la
inteligencia y la ensoñación. La ensoñación es necesariamente monólogo y
solamente se puede dar aislado o aislándose. A la que alguien entra en contacto
con nosotros, el vagabundeo mental se retira. La inteligencia también funciona
en monólogo. Ella está centrada en el yo que se ha planteado un problema; ese
es su punto de referencia. Ciertamente los otros pueden ayudarme a encontrar la
solución a ese problema, pero su presencia o participación aparecen siempre
como algo externo a ese yo. A la inteligencia pueden venirle muy bien las
ayudas, pueden serle imprescindibles, pero ella es esencialmente monológica.
El pensamiento,
sin embargo, no se enfrenta a un problema ni a nada que necesite ser resuelto.
Simplemente contempla algo para que hable, para que diga algo de sí. De ahí la
íntima unión del pensamiento con el habla. No podemos pensar sin palabras. Y es
a través del entramado de las palabras que nos intercambiamos como las cosas
van desenvolviendo su panorámica riqueza. Por eso el pensamiento es dialógico.
Hasta cuando se hace en soledad, pensar es un diálogo interior, como dijo
Platón.
Lo
que el pensamiento es está, parece ser, mejor representado por esa estatua
yacente del Doncel de Sigüenza, Don
Martín Vázquez de Arce, muerto a los 25 años por las espadas moras en la guerra
de Granada, en 1486. Se trata de un cruzado (así lo indican las piernas
cruzadas) tendido sobre su propia tumba, con un libro abierto en las manos, una
biblia o tal vez un libro de las horas. Pero no duerme ni reposa, sencillamente
piensa. Todo en esta figura es diálogo: el detalle del libro que lo pone en
comunicación con todos los pensamientos que hay en él, la cabeza levantada,
apartada de la lectura, los ojos entornados y la leve y enigmática sonrisa nos
indican su meditación sobre el misterio de la muerte, meditación serena de
quien sabe que ha muerto por defender su fe. Por eso sobre la horizontal de un
cuerpo yacente, el se eleva serenamente en la esperanza de la resurrección.
En
ese gesto de pensamiento, el Doncel está en comunicación con el mundo todo y
con otros espíritus afines, asistiendo al espectáculo de las cosas ya sin otro
ánimo que el de conocerlas. Por eso, y sin pretenderlo, puede esta escultura
ser una mejor representación de eso que llamamos pensar.
El Doncel me ha gustado siempre mucho, además aparecía en los libros del espíritu nacional hace muchos años. Cuando pasa cerca me acerco a contemplarlo.
ResponderEliminarEs una imagen apta, creo, para visualizar una determinada posibilidad del pensar. Efectivamente, yo también recuerdo que aparecía en algún libro de formación del espíritu nacional, aunque no recuerdo exactamente en cuál. Gracias por tu visita.
Eliminar