miércoles, 27 de noviembre de 2019

PENSAR: UNA PRIMERA APROXIMACIÓN

La filosofía va asociada al pensamiento. Pero si nos preguntan “qué es pensar”, puede que nos desconcertemos y encontremos dificultades para responder con precisión a tan insólita pregunta. Por otro lado, todo el mundo parece saber eso, por lo que no es necesario pararse demasiado en esa cuestión. Sin embargo, son muchas las ocasiones las que nos solicitan “pararse a pensar”, de modo que la consideración de esa actividad, aunque solamente sea de vez en cuando, puede ayudarnos a esclarecer un poco el carácter de esa “parada”.
El Manuel García Morente (1886 – 1942), magistral exponiendo
filosofía, abordó este tema en un articulito publicado en el número 114 de la Revista de Pedagogía (1931) y recogido en su obra “Escritos pedagógicos” (Madrid, 1975). Y tomó como apoyo para su reflexión y exposición el modo en que algunos artistas, escultores, han tratado de plasmar la actividad del pensamiento. Son el Pensador, de Rodin, el Pensieroso, de Miguel Ángel y el Doncel de Sigüenza, obra anónima atribuida al maestro Sebastián de Toledo.


El Pensador de Rodin, musculoso, concentrado, en tensión, con todas las energías canalizadas hacia la frente, nos muestra a alguien en pleno esfuerzo mental. Piensa en algo, indudablemente, pero aunque no podamos saber en qué exactamente, sí sabemos en qué no piensa. Su meditabunda postura y recogimiento nos indica que se halla ante un problema. Está preocupado, esperando el momento en que, por fin, encuentre la solución y pueda actuar. No está pensando en temas alejados de la vida inmediata, como las propiedades del triángulo o la providencia divina. Inquiere la solución de un problema que la vida le ha planteado.
Asocia García Morente el Pensador de Rodin con la que él llama inteligencia práctica o activa, con la inteligencia como capacidad para la resolución de problemas, capacidad común a los hombres y animales. Por supuesto, esa capacidad es infinitamente superior en el hombre, pero se trata de una diferencia de grado, no cualitativa. No hay una diferencia esencial entre el chimpancé que resuelve como conseguir un plátano fuera de la jaula sirviéndose de un palo y los inventos de Edison. Bueno, eso decía García Morente.
Y consideraba que el pensamiento es otra cosa. En qué consista esa otra cosa lo intenta aclarar a partir de esas otras dos esculturas que bien pueden representar eso que genéricamente llamamos pensamiento.
Vayamos, pues, al Pensieroso de Miguel Ángel. Esta soberbia escultura representa a Lorenzo de Médicis en una actitud relajada, sentado, cómodamente descansando, con la mirada vaga, un poco perdida. ¿En qué piensa? Pues no sabemos bien en qué, pues por su mirada no parece que su pensamiento esté ocupado en ningún objeto interno o externo; tampoco en ningún problema acuciante o inminente. Su mirar laxo parece más bien indicar que su pensamiento parece abandonado a las imágenes que espontáneamente van apareciendo en su mente. Como dice García Morente, “por ella van sucediéndose en encantador tropel los recuerdos, las ilusiones, los deseos, los amores, las penas, toda la fauna brillante de la selva del alma”.
En definitiva, es esa actitud de ensimismamiento en la que cuando nos preguntan que en qué pensamos, solemos responder que “en nada”, pues hay de todo y nada en concreto. Se trata de una figura que bien puede representar al pensativo, al meditabundo, la ensoñación, pero en ningún caso al pensador.
Si la tensión y concentración de la escultura de Rodin puede representar el pensamiento activo que antecede a la acción, el Pensieroso es el pensamiento descansando de la acción.
Y entonces, ¿qué es el pensamiento? ¿Cómo simbolizarlo plásticamente?. García Morente empezará por decirnos a lo que más se parece eso que llamamos pensamiento. Y considera él que a lo que más se parece el pensamiento es a eso que llamamos ver o, mejor aún, mirar, que es un ver con voluntad, voluntad de ver. ¿Ver, qué? Ver aquello en qué realmente consiste lo mirado. En definitiva, contemplación o lo que los griegos llamaban teoría.
Así considerado el pensamiento, podemos definirlo como intuición de las esencias. La inteligencia, los métodos, la atención, etc. serán instrumentos utilísimos para lograr esa intuición, pero no son ella.
Y siendo el pensamiento un ver, éste se constituye necesariamente en el diálogo. Pues tanto si se trata de ver una cosa visible para los ojos de la cara, como un árbol, o no visible para esos ojos, como la justicia, cada uno puede ver aspectos de esa cosa que se le escapan al otro. En el intercambio de lo visto, la visión va agudizándose y enriqueciendo.
Y, añadimos, en el diálogo la distancia entre el parecer y el ser se va acortando, pues el que algo no sea lo que parece solamente indica que nuestra visión no era suficientemente precisa. Si algo en todos sus pormenores pareciera oro, sería entonces oro.
En el diálogo el pensamiento se modula, se enriquece y se construye. En ese diálogo el árbitro, la norma, es la referencia al objeto. Y eso marca el ritmo del pensamiento: “lo esencial del pensamiento consistirá en ver si los pensamientos son o no efectivamente del objeto (son o no verdaderos)”.
Este carácter dialogante del pensamiento es lo que marca su diferencia con la inteligencia y la ensoñación. La ensoñación es necesariamente monólogo y solamente se puede dar aislado o aislándose. A la que alguien entra en contacto con nosotros, el vagabundeo mental se retira. La inteligencia también funciona en monólogo. Ella está centrada en el yo que se ha planteado un problema; ese es su punto de referencia. Ciertamente los otros pueden ayudarme a encontrar la solución a ese problema, pero su presencia o participación aparecen siempre como algo externo a ese yo. A la inteligencia pueden venirle muy bien las ayudas, pueden serle imprescindibles, pero ella es esencialmente monológica.
El pensamiento, sin embargo, no se enfrenta a un problema ni a nada que necesite ser resuelto. Simplemente contempla algo para que hable, para que diga algo de sí. De ahí la íntima unión del pensamiento con el habla. No podemos pensar sin palabras. Y es a través del entramado de las palabras que nos intercambiamos como las cosas van desenvolviendo su panorámica riqueza. Por eso el pensamiento es dialógico. Hasta cuando se hace en soledad, pensar es un diálogo interior, como dijo Platón.
Pensar no es ni esfuerzo ni descanso relajado. Es diálogo.
Lo que el pensamiento es está, parece ser, mejor representado por esa estatua yacente del Doncel de Sigüenza, Don Martín Vázquez de Arce, muerto a los 25 años por las espadas moras en la guerra de Granada, en 1486. Se trata de un cruzado (así lo indican las piernas cruzadas) tendido sobre su propia tumba, con un libro abierto en las manos, una biblia o tal vez un libro de las horas. Pero no duerme ni reposa, sencillamente piensa. Todo en esta figura es diálogo: el detalle del libro que lo pone en comunicación con todos los pensamientos que hay en él, la cabeza levantada, apartada de la lectura, los ojos entornados y la leve y enigmática sonrisa nos indican su meditación sobre el misterio de la muerte, meditación serena de quien sabe que ha muerto por defender su fe. Por eso sobre la horizontal de un cuerpo yacente, el se eleva serenamente en la esperanza de la resurrección.
En ese gesto de pensamiento, el Doncel está en comunicación con el mundo todo y con otros espíritus afines, asistiendo al espectáculo de las cosas ya sin otro ánimo que el de conocerlas. Por eso, y sin pretenderlo, puede esta escultura ser una mejor representación de eso que llamamos pensar.