
Se dice que se trata de “laizar” la fiesta
para que no ofenda a quienes no participan de la fe cristiana. Pero con eso no se
hace otra cosa que resaltar y dar relieve al vacío que resulta de esconder su
sentido. Se hacen más presentes las ausencias de aquellas personas que fueron
como miembros de nuestro ser y que ahora duelen como el “miembro fantasma” de
quienes han sufrido una amputación. O aflora la nostalgia de una infancia que
vivió la fiesta en la alegría de la reunión familiar. O se hace más triste la
soledad de quien no tiene con quien compartir esa alegría que se vende por
todas partes…
Pero lo que ensombrece estas fechas no
son ni las ausencias, ni las pérdidas, ni las nostalgias, sino el habernos
olvidado de ese don sobrenatural que nos recuerda la fiesta. Ese don que de
tenerse presente haría más intensa y sencilla su celebración. Aparecería esa
belleza que provoca en el hombre una especie de sacudida que le hace salir de
sí mismo, de la estéril resignación y que al mismo tiempo que le hiere lo
despierta para mirar hacia lo alto y noble.
Acoger ese don significa que las
ausencias, pérdidas o nostalgias pueden ser también algo fecundo movido por el misterio
de ese nacimiento del Niño – Dios. ¿Quiénes con mejores razones para celebrar
esta fiesta que aquellos a los que la vida les ha hecho tocar la realidad y los
ha despertado a la esperanza del Paraíso perdido, pero posible en Jesús?
Por todo eso y mucho más…
¡FELIZ NAVIDAD!
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